12 LONDON SYMPHONIES
FRANZ JOSEPH HAYDN / ARR. J. P. SALOMON
LA TEMPESTAD | SILVIA MÁRQUEZ CHULILLA, fortepiano y dirección
4 CDs MÚSICA ANTIGUA ARANJUEZ 010 2012 | DL M-1532-2012
El inteligente y calculador empresario inglés John Peter Salomon firmó en 1795 y 1796 sendos contratos con Joseph Haydn por los que obtenía los derechos de las doce sinfonías que el compositor escribiera para sus series de conciertos londinenses.
Libre así de explotar su “propiedad”, Salomon decide escribir y publicar en 1799 estos arreglos con los que populariza la música orquestal del compositor más apreciado del momento: las llamadas “Sinfonías de Londres” habían sido concebidas para la interpretación frente a un público muy distinto al habitual de cortes y palacios. Unas obras maestras que hoy siguen sonando tan frescas y rozagantes como el día de su estreno.
Se trata de 4 CDs con la primera grabación mundial de la integral de las 12 sinfonías en el arreglo de cámara de J. P. Salomon.
CONTENIDO DE LOS CDs
Franz Joseph Haydn (1732-1809)
12 London Symphonies
Arranged for flute, two violins, viola, violoncello and fortepiano ad libitum by Johann Peter Salomon (1745-1815)
CD 1
Sinfonía n.º 96 en Re mayor, “El milagro”
1. Adagio – Allegro
2. Andante
3. Minuetto: Allegretto – Trio
4. Finale: Vivace
Sinfonía n.º 95 en Do menor
5. Allegro Moderato
6. Andante
7. Minuetto: Moderato – Trio
8. Allegro Vivace
Sinfonía n.º 93 en Re mayor
09. Adagio – Allegro assai
10. Largo Cantabile
11. Minuetto: Allegro – Trio
12. Presto ma non troppo
CD 2
Sinfonía n.º 98 en Si bemol mayor
01. Adagio – Allegro
02. Adagio Cantabile
03. Minuetto: Allegro – Trio
04. Finale: Presto
Sinfonía n.º 94 en Sol mayor, “La sorpresa”
05. Adagio – Vivace assai
06. Andante
07. Minuetto: Allegro molto – Trio
08. Allegro di molto
Sinfonía n.º 97 en Do mayor
09. Adagio – Vivace
10. Adagio ma non troppo
11. Minuetto: Allegretto – Trio
12. Spiritoso
CD 3
Sinfonía n.º 99 en Mi bemol major
01. Adagio – Vivace assai
02. Adagio
03. Menuetto: Allegretto – Alternativo
04. Finale: Vivace
Sinfonía n.º 101 en Re mayor, “El reloj”
05. Adagio – Presto
06. Andante
07. Menuetto: Allegretto – Alternativo
08. Finale: Vivace
Sinfonía n.º 100 en Sol mayor, “Militar”
09. Adagio – Allegro
10. Allegretto
11. Menuetto: Allegretto Moderato – Alternativo
12. Finale: Presto
CD 4
Sinfonía n.º 102 en Si bemol mayor
01. Adagio – Allegro Vivace
02. Adagio
03. Minuetto: Allegretto – Minuetto 2do.
04. Presto
Sinfonía n.º 103 en Mi bemol mayor, “El redoble de tambor”
05. Adagio – Allegro con Spirito
06. Andante
07. Menuetto – Menuetto 2do.
08. Finale: Allegro con Spirito
Sinfonía n.º 104 en Re mayor, “Londres”
09. Adagio – Allegro
10. Andante
11. Menuetto: Allegro – Menuetto Alternativo
12. Allegro Spirituoso
World Premiere Recording
NOTAS AL CD
Las Sinfonías londinenses de Haydn para Salomon
Pero, ¿qué podemos decir sobre Haydn y sus sinfonías sublimes y arrebatadoras? Tal maravilla no se puede describir con palabras: para entenderlo hay que haberlas oído…
Morning Chronicle (Londres, febrero de 1795)
A buen seguro, no podía imaginar Johann Peter Salomon, fenomenal violinista, excelente director y hábil empresario alemán residente en Londres, el inconmensurable favor que hizo a la historia de la música cuando en 1790 propone a Franz Joseph Haydn viajar a Londres para dirigir, tocar y componer el gran legado de las obras que fueron escritas e interpretadas en las series de conciertos públicos que Salomon gestionaba con enorme éxito en la capital inglesa. Dos son los viajes que Haydn emprenderá a la capital inglesa, el primero entre 1791 y 1792, y el segundo entre 1794 y 1795, periodo que al decir del propio Haydn, fue a la postre el más feliz de su vida.
La historia
Enterado de la muerte del príncipe Nicolás I de Esterházy, protector de Haydn, Salomon, con un olfato comercial infalible, no duda en viajar hasta Viena para conseguir contratar no sólo a nuestro compositor, sino de paso también a Mozart, ambos en aquellos años (sobra “eran”) posiblemente las figuras más importantes, admiradas e imitadas del universo filarmónico, para dar a sus series un brillo aún mayor.
Mozart no se muestra interesado, o quizás otros compromisos le atan a Viena; sin embargo Haydn, lleno de ilusión y en cierta manera rejuvenecido por el interesante reto, acepta a ojos ciegos ir a un país nuevo y desconocido para él, embarcándose con 58 años, en la gran aventura de su vida después de décadas al servicio estable de los Esterházy.
El 15 de diciembre de 1790 Salomon y Haydn parten para Londres, no sin la reticencia de Mozart: “querido papá, no estás hecho para correr por el mundo y, además, no hablas esa lengua”. La respuesta de Haydn es histórica: “mi lenguaje lo entiende todo el mundo”. Entre lágrimas, la despedida de Haydn y Mozart es particularmente amarga y premonitoria para el salzburgués, que fallecería un año más tarde: “no nos volveremos a ver”.
Raudo para las condiciones de entonces, llega Haydn el 2 de enero de 1791 a un Londres que le ofrece en su primera impresión el espectáculo de una vida musical densa hasta el agobio, rebosante de conciertos sacros y profanos, academias y saraos en la infinidad de lugares en los que se hace y oye música: iglesias mil, la Academy of Ancient Music, los Concerts of Ancient Music, los Professional Concerts, la Madrigal Society o The Glee-Club. Haydn es esperado con la máxima expectación, y junto a una frenética vida social de visitas y asistencias a eventos, nuestro músico trabaja junto a dos sinfonías, la 96 y la 95, sus primeras de la serie londinense, en una ópera nueva que le tendrá ocupado hasta el verano, L’anima del filosofo.
El 11 de marzo tiene finalmente lugar su debut público en los conciertos del Hanover-Square, dentro de un variopinto programa en el que junto a obras de Rosetti, Dussek y Andreozzi se oye una “New Grand Overture” de Haydn (su Sinfonía nº 96, “El Milagro”) con éste al clave y compartiendo la dirección del concierto con el mismo Salomon, “leader of the Band” desde el atril de concertino.
El éxito es total y absoluto, y el Diary londinense es entusiasta con el evento tan largamente esperado en el que al final se oye a Haydn como director y compositor. Su triunfo es inmediato: Haydn, que en mayo de ese año se había emocionado hasta las lágrimas oyendo el Mesías en la Abadía de Westminster, es recibido por el Príncipe de Gales, por los Duques de Cork y por una gran parte de la aristocracia “à la page”, y en julio de ese mismo año recibe el doctorado Honoris causa en música de la Universidad de Oxford en una imponente ceremonia. Haydn es feliz y no cuesta nada convencerle para que una vez finalizada la temporada, se quede otra en Londres hasta junio de 1792, año en el que regresa a Viena.
Aún en Inglaterra, entre otras muchas obras suyas que se escuchan en Londres, siempre bajo la dirección del compositor, compondrá la Sinfonía nº 95, estrenada en fecha indeterminada de 1791; la nº 93, estrenada el 17 de febrero de 1792; la nº 98, del 2 de marzo del mismo año; la nº 94 (“La sorpresa”), del 23 de marzo, y la nº 97, estrenada a principios de mayo, completándose así el primer grupo de las doce grandes sinfonías londinenses. El éxito de todos y cada uno de los conciertos es siempre apoteósico, las críticas unánimemente felices, y con frecuencia se han de bisar movimientos, como el primero y último de la nº 98; sinfonía en la que el propio Haydn se había reservado un pequeño solo al teclado, maravillosamente ejecutado por él, según las memorias y diarios de muchos de los presentes en aquel concierto.
Si a su regreso a Viena y Eisenstadt (Hungría) desde Londres Haydn se mantiene tan ocupado como siempre con la vuelta a la rutina austriaca, sin embargo no se olvida de Inglaterra. Allí ha sido feliz, ha tenido algún que otro affaire sentimental, incluso una operación quirúrgica frustrada, y vuelve reconocido en su genio por todos; su ego y autoestima están en el grado más alto, y su entusiasmo creativo le impulsa a seguir trabajando para Salomon: los Cuartetos, op. 71 y 74 de 1793, a la vez que comienza a pergeñar nuevas sinfonías teniendo siempre a Salomon y su magnífica orquesta en mente.
En enero de 1794 vuelve a Londres para un concierto previsto el 3 de febrero (aunque llega con un día de retraso), llevándose consigo esta vez a un útil y eficiente Johann Elssler como criado y copista. En este segundo viaje completará la serie de sus sinfonías londinenses, de la nº 99 hasta la nº 104, pero también escribirá sonatas y tríos, posiblemente los más maduros, cantatas tan sublimes como la Scena di Berenice, o la Sinfonía concertante para oboe, fagot, violín, violonchelo y orquesta.
En Londres y en el círculo de Salomon, fenomenal violinista a pesar de tener siempre la mente en sus negocios, éste estrena los cuartetos que ha escrito para él en Viena; cuartetos que tienen la peculiaridad de haber sido concebidos, quizás por primera vez en la historia de la música, no para ser escuchados en el círculo íntimo de la cámara, de los aposentos aristocráticos o ilustrados camerísticos, sino en el más vasto de una sala de conciertos para un público muy numeroso: Haydn está de moda y las críticas siguen siendo entusiastas en todas sus actuaciones y estrenos.
A partir de 1795 los conciertos de Salomon dejarán los locales del Hanover-Square y se trasladan al Royal Theater. La orquesta de Salomon, que tiene ahora al grandísimo violinista italiano, Giovanni Battista Viotti como concertino, alcanza su más alto grado de calidad y no es de extrañar que en estas condiciones, con la posiblemente mejor dotada orquesta del momento en toda Europa a su disposición, el genio de Haydn se dispare hasta sus cotas más altas y cree una música revolucionaria que, de alguna manera, se adelanta a su época y proyecta la sinfonía de manera definitiva hacia el futuro.
Apasionado por la música de Haydn, el nuevo príncipe Esterházy, Nicolás II, tiene a nuestro músico en mente para reconstruir su orquesta y coro a fin de dar un nuevo impulso a la música de su entorno. Nicolás invita a Haydn a volver a Viena para convertirse en su “Kapellmeister” con todas las prerrogativas, ventajas y beneficios, y Haydn, transido de dolor, rico, famoso y adorado por los ingleses, pero con unas perspectivas enormemente halagüeñas, se despide de sus “queridos amigos ingleses” para siempre y regresa a Viena para no componer ninguna sinfonía más en los catorce años que le quedan de vida, pero sí obras tan maravillosas como las grandes misas (In tempore belli, Nelson, Theresien, Harmonien), La Creación o Las Estaciones. En Inglaterra había dejado un recuerdo imborrable pero también algunas de sus mejores obras y, posiblemente, algunas de las sinfonías más bellas jamás escritas, precursoras del nuevo lenguaje del siglo que está por venir.
La colección
Las sinfonías londinenses de Haydn representan el punto culminante de una producción sinfónica que se remonta a casi cuarenta años antes, cuando hacia 1759 escribe su primera sinfonía, aún profundamente influenciada por la tradición vienesa instrumental. A lo largo de todos los años siguientes Haydn desarrolla un lenguaje propio en el que las influencias externas a las que será felizmente permeable, pero también su propia idiosincrasia, van creando un entramado creativo de una fuerza y personalidad arrolladoras que no tiene más remedio que culminar en uno de los ciclos más interpretados del repertorio clásico.
De una fecundidad excepcional (también es cierto que la sorprendentemente lúcida longevidad de Haydn no es menos extraordinaria para su época), la producción sinfónica de Haydn acumula obra maestra tras obra maestra ya desde el primer momento, como es el caso de las muy tempranas Le matin, Le midi y Le soir de 1761, números 6, 7 y 8, respectivamente, de su producción sinfónica y fruto de su colaboración con la magnífica y recientemente renovada orquesta del príncipe Paul Anton Esterházy, para el que Haydn acaba de entrar a su servicio como vice “Kapellmeister” en mayo de aquel año. Sinfonías como El filósofo (nº 22), Hornsignal (31), Fúnebre (44), Los adioses (45), El distraído (60), La caza (73), La reina (85) o las sinfonías para el Conde d’Ogny (82, 86, 88 y 89) por sólo citar algunas con título, nos convidan a dar un paseo inigualable desde la más pura tradición quasi barroca de la obertura italiana hasta la moderna visión parisina del mundo orquestal, pasando por el Sturm und Drang más refinado posible de las piezas compuestas a partir de 1765.
Las sinfonías para Salomon representan no solamente la quintaesencia de Haydn en un momento en el que su calidad se afina de manera extraordinaria, sino que consagran, quizás por vez primera en la historia de la música, la figura de un artista universal cuya música no conoce fronteras: España y Rusia, los Balcanes, Turquía o Escandinavia, las colonias de Nueva Inglaterra, de Nueva España o los barcos que surcan todos los mares del mundo: allí donde hay músicos hay una partitura de un Haydn fenómeno de masas, cuyas composiciones una y otra vez repetidas son moneda común de academias y conciertos. A diferencia de otros autores igualmente prolíficos y no tan inferiores a Haydn como se suele suponer sistemáticamente (pensamos en el pseudo español Carl von Ordóñez, por ejemplo), la música de Haydn por más que se oyera o tocara jamás resultó “demodée” a sus contemporáneos, que encontraban en ella un lenguaje universal, claro, evidente y sencillo, aquel que el mismo Haydn reivindicaba como universal, en el que la mayor de las elegancias no enmascara nunca la sinceridad y sana simpleza de un hombre bondadoso y feliz de vivir, a pesar de los muchos sinsabores y problemas que la vida le iba deparando.
Sinfonías como la del Redoble de timbal o La sorpresa (nº 94), El milagro (96), Militar (100) o El reloj (101), nombres todos dados por sus contemporáneos que no por el autor, se convierten inmediatamente en algo tan familiar para las vidas de los aficionados a la música, que desde entonces hasta nuestros días no han dejado de tener una presencia constante en todas las salas de conciertos, sin que su repetición obsesiva a lo largo de temporadas y generaciones consiga desgastar y degradar unas páginas que han resistido como pocas otras (Bach, Mozart, Beethoven) el devastador paso del tiempo, modas, gustos y tendencias.
Tenaz en sus proyectos, Salomon, inquieto negociante, no quiere que Haydn se vaya así como así de Inglaterra sin sacar algún honesto beneficio adicional para ambos, y en agosto de 1795, poco antes de la partida definitiva de Haydn para Viena, firman ambos un contrato por medio del cual el compositor cede al violinista y empresario los derechos de sus seis primeras sinfonías londinenses. Más adelante, en febrero de 1796, Haydn firma la cesión de las seis últimas, con lo cual Salomon a partir de este momento se convierte en el verdadero propietario de las doce sinfonías que se han convertido en Europa en las composiciones más oídas y deseadas. Sin embargo, el violinista no se decide por la publicación inmediata de la colección londinense en su forma orquestal original sino que, con clara visión comercial e intuyendo una difusión mucho más fácil y barata, y una venta segura y vasta, realiza una primera adaptación de las sinfonías para un instrumento de teclado (clavecín o fortepiano) con el acompañamiento de un violín y un violonchelo “ad libitum” en tres hornadas, una primera en junio de 1796 (las primeras cuatro sinfonías), otra en julio del mismo año (la quinta y la sexta) y una tercera, algo más tarde, en octubre de 1797 con el resto de las sinfonías. Se trata claramente de “música para pobres”, es decir, transcripciones y arreglos que permiten a todo el que así lo desee, tener en casa, rica o pobre, grande o pequeña, estas sinfonías a las cuales muy pocos tenían los medios para acceder en su versión original.
No eran una rareza arreglos de este género en los años postreros del siglo XVIII: antecedente de lo que representa hoy el disco y la posibilidad de escuchar la música cuando y donde queremos, el traspaso de obras grandes y famosas a formatos más manejables a fin de llevarlas al comedor o a la sala de música de la burguesía y la clase media ilustrada, era un hecho muy cotidiano: sinfonías reducidas para piano a 4 manos, reducciones de orquesta a piano para acompañamiento de solistas (conciertos de violín, flauta, piano, arias vocales), óperas enteras arregladas para conjuntos más modestos, a veces incluso sin las voces, como los maravillosos arreglos anónimos de óperas de Mozart para dos violines o flautas, para tríos y cuartetos de cuerda o de las más inimaginables e ingeniosas combinaciones.
Insuficiente en su textura, sin embargo el primer arreglo de Salomon de las sinfonías londinenses no dejaba de ser una “música para pobres” realmente pobre por la cantidad de detalles, colores, “sfumature” y matices que no quedaba más remedio que omitir del original, en una versión tan reducida y limitada a un teclado al que se añadían un violín y un violonchelo de relleno. En 1798 se anuncia la aparición de un nuevo arreglo de nuestras sinfonías, siempre de la hábil mano de Salomon, esta vez para quinteto (flauta, dos violines, viola y violonchelo) con el añadido de un fortepiano “ad libitum” al que, no indicado pero obligado por la tradición, se podía (y debía) añadir un contrabajo junto al violonchelo, con lo que la riqueza en detalles, colores, matices y relieve de la estructura interna de las obras mejora de manera radical, y, con un orgánico reducido, se alcanzan grados altísimos de fidelidad sonora del original sin perder por ello la accesibilidad de medios que da un conjunto reducido a siete solistas.
La grabación
La presente grabación se ha hecho a partir de un ejemplar de una edición de Salomon de hacia 1800 que, ¡gran fortuna!, lleva indicaciones añadidas “a posteriori” por los músicos que las interpretaron en aquellos años, que dan especial luz al lector de nuestros días de cómo realmente las pudieron interpretar unos músicos que estaban muy próximos en el tiempo, y puede que hasta personalmente, al autor y su espíritu. No cabe duda que el segundo arreglo de Salomon aproxima infinitamente más el material al sonido original: la textura casi transparente y sobria de un trío en el que el fortepiano se ocupa de todo y solamente recibe las tenues pinceladas de color de un violín y un violonchelo optativos, es sustituida por la mucho más contundente y rica coloración de un cuarteto de cuerda al que el particular timbre de la flauta y la riqueza armónica del piano, con el lógico aporte de un contrabajo que el grupo La Tempestad inteligentemente añade, da un empaque y textura orquestal a un conjunto que, sin ser obviamente la versión completa con su perfecta luminotecnia y equilibrio dinámico, no resulta “pequeño” sino rotundamente íntimo, sin que se pierda la esencia de unas obras maestras que hoy siguen sonando tan frescas y rozagantes como el día de su estreno.
Emilio Moreno